Maneco



Nos conocimos allá por el año sesenta, Manuel Silveira era un señor mayor que andaba por los cincuenta y pico largos y yo era un pibe que iba al liceo y jugaba en el Deportivo, aquel entrañable equipo de fútbol dirigido por el negro Narciso. La diferencia de edades no existía cuando se ponía a conversar con los gurises, con su modo calmo y canchero, usando frases floridas entre sonrisa y sonrisa. Sabía tender un puente de diálogo y nos hacía conocer su punto de vista de una manera amena como si estuviéramos hablando con un abuelo muy sabido en el tema que tanto nos interesaba.

En aquella época - salvo pocas excepciones - no se tuteaba a ninguna persona mayor, inclusive muchos no lo hacían ni con sus padres o demás parientes, pero Maneco nos pidió que dejásemos de lado el usted.Lo intentamos inútilmente; fue lo único que no pudo conseguir de nosotros, para nuestra generación siempre fue y será Don Maneco.
Los gurises, habituados a escuchar a nuestros mayores en silencio sin que generalmente se nos permitiera opinar, nos sentimos atraídos por aquel amable veterano que se interesaba en saber sobre nuestras historias del campito o nuestras travesuras juveniles.El nos inspiraba confianza, nos brindaba atención y demostraba comprender perfectamente nuestro anhelo mayor de algún día jugar en primera, allá en el estadio municipal.

En aquel entonces el fútbol para nosotros se circunscribía a la ciudad y su entorno, el campeonato del Litoral de Selecciones era lo máximo y disputarlo, era un honor concedido a pocos mortales. Las noticias, reportajes y fotos que llegaban de la capital en la última página de aquellos diarios grandotes, esperados con avidez hasta la cinco de la tarde cuando llegaban en ONDA, las transmisiones radiales de los partidos de Montevideo en la voz de Carlos Solé y Heber Pinto, eran los principales lazos con el fútbol profesional, algo lejano que en nuestro pueblo se traducía en la eterna y fraterna puja entre manyas y tricolores.

No existía el baby fútbol, algunos gurises participábamos en campeonatos jugados en la canchita de la Bajada San Vicente y hasta allí llegó Don Maneco una mañana de domingo.Apenas terminado un partido, cuando me disponía a recoger la ropa, se me acercó sonriendo y haciendo comentarios sobre algunas jugadas y adornándolas con elogios; cuando me tuvo completamente envuelto con sus apreciaciones, alargó una mano para entreverarme el jopo y lanzó la frase a quemarropa:
- Gurí, vos vas a jugar en San Eugenio.
Me quedé sin palabras, boquiabierto, sin poder digerirlo, sin respuesta. Me di cuenta que aquello no era broma, ni siquiera una pregunta o una invitación, Don Maneco lo decía muy seriamente, con naturalidad, como anunciando un hecho consumado
- Vas a seguir jugando junto a tu compañero que ya es nuestro - dijo con satisfacción apuntando al Cachila - y van a ganar un montón de campeonatos, vas a ver lo que te digo.
Mi boca permanecía abierta y muda, mis ojos ya le habían respondido, el resto sería pura formalidad.
Me indicó la casa de Don Herminio, el presidente - mañana mismo vas tempranito, el te hace una ficha y ya está, sos jugador de San Eugenio - volvió a enredarme el pelo y seguimos conversando como dos viejos amigos.
Después comprendí la razón de su eterna ronda por las canchitas de barrio, o donde fuera que se realizara algún partido entre niños o juveniles. Por todas partes conocían aquel señor alto y canoso que llegaba generalmente acompañando a su bicicleta - gran parte de los trayectos, en vez de montarla, prefería llevarla a su lado tomándola por el manillar - y se ponía a observar en silencio primero, para luego ir preguntado por tal o cual botija que le llamara la atención.

Simplemente buscaba futuros jugadores para San Eugenio, su equipo del alma, con el cual mantuvo una relación de amor y entrega que duró toda su vida. Esa era una tarea - tal vez su vocación - que la realizaba con placer porque le gustaba tratar con los gurises cuando estos aún están en plena formación, haciendo sus primeras experiencias en las competiciones, cuando es posible corregir y pulir la técnica, trabajar en las limitaciones y sacar provecho de las cualidades. Encontrar futbolistas iniciantes y entrenarlos en la tercera división era algo que Maneco prefería a dirigir a los mayores en primera.

En su juventud había trabajado en el puerto fluvial de nuestra ciudad, transportando en botes de remos a viajeros entre ambas orillas del Cuareim, debido a esa antigua actividad algunos aún le decían Nene, el Botero.En el fútbol se había destacado como un formidable jugador de defensa en San Eugenio y luego en la Selección de Artigas, la cual integró desde el primer campeonato del Litoral. En su club participó de muchas conquistas durante varios años dentro del campo de juego y como directivo, luego prosiguió aquella valiosísima y silenciosa tarea que cumplía con mucha paciencia y sabiduría, en procura de valores nuevos.

Tenía una forma muy especial de llegar a todos, no era de pomposos discursos ni asustaba con términos tácticos y técnicos; se expresaba con simplicidad usando el lenguaje común de la jerga futbolera.Hasta los chiquilines más ariscos y chúcaros lo escuchaban atentos, con respeto y admiración. Siempre era posible obtener una enseñanza de sus charlas, adivinaba nuestros temores y aprensiones, nos mostraba los defectos de una forma sutil y sugería las soluciones para cada caso con propuestas sencillas y prácticas.

De pronto se levantaba de la rueda y se paraba situándose virtualmente en pleno partido, como si hubiera regresado en el tiempo y estuviera participando del juego. En pocas palabras, con amplios ademanes pintaba el panorama, señalaba posiciones, sugería el desenlace para la jugada, la forma como debíamos encararla y aún nos dejaba la chance de ayudar la lógica con nuestra propia improvisación. Decía que no debíamos olvidar que el fútbol es simplemente un juego y que los jugadores deben perseguir el objetivo divirtiéndose y sintiéndose libres para desarrollar la estrategia.


Se puede ser creativo construyendo un ataque y también neutralizando el ataque rival.Cada uno en su función tiene su grado de responsabilidad al formar parte de un equipo, lo principal, lo más importante es la causa colectiva, soberana absoluta sobre cualquier individualidad. Para mantener el aspecto lúdico y alegre, siempre dedicaba unos cuantos minutos al juego informal para que todos volviéramos a recordar el espíritu del campito y lo disfrutaba tanto como nosotros.
La técnica era tratada en la práctica, la táctica se convertía en una apasionante aventura, nadie quería perderse ninguna actividad con Maneco, el trabajo era aprendizaje y diversión el partes iguales.

- No puede existir un juego triste y aburrido, no se debe jugar mecánicamente, hay que soltarse. El fútbol es un juego y un espectáculo, si un gran dribleador es un artista, un buen marcador también lo es, inclusive el golero puede trabajar en un circo como malabarista o contorsionista. El asunto es saber distinguir los dos momentos, el de la farra y el de la competición.

Sus palabras no serían éstas exactamente, pero eso era mas o menos una síntesis de su pensamiento, de la política que aplicaba con la gurisada y que diera tan buenos resultados.

Sabía dosificar el grado de halagos y festejos al reconocer el talento de sus pupilos sin que estos se afectaran o echaran a volar por ello, los ayudaba a soñar pero siempre manteniendo un pie en tierra.


Maneco fue mucho más que un descubridor, el entrenador o el maestro de los gurises que fue reclutando durante tantos años.Fue un amigo querido, un tipo confiable, con quien nos olvidábamos del tiempo, sentados en el pasto, compartiendo maníes o naranjas, charlando alegremente no sólo de fútbol sino de cualquier tema de interés.
Maneco es parte de nuestra juventud, quien lo trató, al recordarlo lo hará siempre con una sonrisa y un sentimiento de gratitud. Afortunadamente, toda su entrega y dedicación, su talento y fidelidad, se le reconoció a tiempo.Su club, sus amigos, sus admiradores le brindaron homenajes donde participó feliz junto a su familia.


Esta fotografía fue tomada en la Sede de San Eugenio una noche que Maneco no pudo olvidar la corbata porque la fiesta era en su honor.Tranquilo, emocionado, estaba rodeado por la familia San Eugenio y por aquellos gurises - muchos ahora son abuelos - que lo recordarán por siempre con mucho cariño y con alegría.
Frecuentemente Maneco usaba un traje oscuro y liviano, suelto y sin corbata, con el cuello de la camisa abierto. Muchas veces, así llegaba a dirigir a su equipo como podemos apreciar en la siguiente foto donde posa junto a sus gurises de la tercera de San Eugenio - año 1967 - en el estadio, sobre el arco que da al Puente de la Concordia.