Fútbol amateur

FÚTBOL AMATEUR

En el fútbol amateur siempre hubo dificultades al proponer para los entrenamientos un horario capaz de conformar a todos.
La mayoría de los jugadores trabajan, estudian o realizan otras actividades; los técnicos y demás colaboradores también deben disponer de sus propios tiempos para dedicarlos al deporte.
Se han intentado los más variados sistemas para lograr una preparación que nunca es la suficiente, en un medio donde el objetivo principal es apenas diversión para algunos, o la manera de sentir una pasión para otros, pero nunca será un medio de vida. Al menos era esa la situación en la década del sesenta.

En esa época de cambios en nuestro fútbol – cuando en otros lados se pretendía desesperadamente acrecentar más dinámica, fuerza y velocidad, y se llegó inclusive a dejar de lado la técnica y el talento natural en un infeliz intento de fabricar jugadores a la europea – en San Eugenio comenzaba a despuntar aquella gurisada que fue conformando la base del plantel que algunos años más tarde, conquistaría el más importante título a nivel nacional.
El fútbol artiguense había logrado su primer campeonato del Litoral de selecciones en el verano 1959-60 y aquel triunfo significó un impulso muy importante, un gran incentivo para todos los niños y adolescentes que poblaban la infinidad de campitos y espacios baldíos de la ciudad.
Ese primer logro de nuestra selección paradójicamente se basó en un tipo de fútbol lento que prontamente estaba destinado a ser sustituido por otro más dinámico, donde la preparación física tendría una mayor importancia. Aquel equipo inolvidable – con un gran aporte de San Eugenio - estaba integrado por hombres mayores con mucha experiencia y temple.
Una sólida defensa, pierna fuerte y entrega total, un contraataque con dos puntas veloces y un hombre de área, esa era la fórmula ganadora desarrollada por Nelson Ipar.

En los años siguientes para muchos de aquella generación vencedora, llegó la hora de colgar los tarros y surgió la oportunidad para la juventud en ese recambio que inició San Eugenio con una política de avanzada, un tanto arriesgada al alimentar con savia nueva sus planteles.
El campeonato local era disputado en dos ruedas de puntos corridos, todos contra todos que se jugaban entre el sábado y domingo en jornada doble.
Hasta aquel entonces los entrenamientos se reducían al “día de práctica” como se le decía al único movimiento que se realizaba a mitad de semana. Generalmente consistía en unas cuantas vueltas a la cancha trotando, luego algunos piques y como se contaba apenas con una o dos pelotas, se practicaban tiros libres, centros al área y si era posible se armaba un partido informal entre algunos titulares y los de “la reserva” como se denominaba la segunda división.
Posteriormente se le agregó un segundo día de entrenamiento, el “día de gimnasia”, algo que generalmente no era muy atractivo para quienes tenían mucha sed de pelota y aún no le asignaban su real importancia a la preparación física.
En poco tiempo, la misma adquirió mayor relieve, se necesitaron profesores y se buscaron personas idóneas para mejorar las condiciones.
Se acabaron los tiempo de los divertidos picados se intentó realizar como entrenamiento, al menos un partido en serio frente a equipos de las divisiones B o Extra.
El sueño de todo entrenador era contar con un rival exigente y con todo el plantel principal – algo que siempre resultaba difícil – para realizar ese partido tan importante en mitad de semana.